El castigo ¿es realmente válido?
El castigo ha sido la herramienta estrella en educación, tanto en las familias como en las aulas, durante años. Aquellos niños que no se comportaban como debían o no hacían las cosas de manera adecuada eran castigados. Si ha sido una herramienta tan utilizada es porque se podría decir que sus efectos, realmente, han podido ser válidos. Por medio del castigo se logra controlar ciertas situaciones o modificar conductas. De no haber sido así se habría extinguido hace tiempo.
En la actualidad tiene una connotación negativa porque se ha utilizado en exceso e incluso, en algunos momentos, ha podido resultar abusivo, sobre todo, si nos referimos a los castigos físicos de los que se puede prescindir ya que existen otros modos de educar con consecuencias más eficaces y más productivas para el niño.
Las nuevas pedagogías han apostado por otro estilo educativo con efectos muy positivos y eficaces. Se ha comprobado que el castigo tiene buenos efectos pero no se puede abusar de él porque entonces se convierte en algo tan habitual para los niños que pierde toda su eficacia. Si se utiliza constantemente el castigo como un estilo educativo podemos caer en el error de tachar al niño continuamente ante sus acciones y mostrarle únicamente las cosas que hace mal, pudiendo llegar a desmotivarle. Lo perjudicial es que con el castigo queda muy claro lo que no tienen que hacer y lo que no nos gusta como padres, pero muchas veces los niños no tienen claro qué tienen que hacer.
Es importante no utilizar el castigo como única herramienta pero sí saber que es válido y utilizarlo de manera puntual para que tenga más efecto, sin olvidarnos de aplicarlo adecuadamente.
Como padres tenemos, por lo tanto, que verlo desde un punto de vista diferente al que teníamos antes. Más que hablar de castigo, habría que considerarlo como una consecuencia de sus actos. Los niños tienen que estar informados de que sus acciones tienen unas consecuencias, no de que se les castigará si no hacen algo. Informarles y hacerles ver esas consecuencias es fundamental. De esta manera, si no actúan como esperamos o como les corresponde, nosotros no seremos quienes les castiguemos, sino que serán ellos mismos los que recojan los frutos de lo que han sembrado. Este estilo educativo tiene unos resultados muy buenos porque no hablamos de castigo como tal, pero sí les hacemos conscientes y responsables de sus acciones.
Dichas consecuencias tendrán que aplicarse de manera inmediata para que entiendan que es el resultado de su acción. Si se espera a que pase tiempo o se aplican de manera prolongada no tendrán tanto efecto porque puede que incluso se les olvide el motivo por el que habían sido castigados. Si por algún motivo no se puede llevar a cabo el castigo o las consecuencias al instante, en el momento que retomemos el tema habrá que explicarles la situación y recordarles o volverles a poner en la situación en la que no se han comportado de manera adecuada para hacerles conscientes y que relacionen siempre ese hecho con su comportamiento.
Debemos tratar que esas consecuencias sean acordes y vayan al mismo nivel de la acción. Por ejemplo, si un niño suspende no aprobará porque deje de ir a jugar al fútbol, que es lo que más le gusta. Creemos que haciéndole daño y tocando el punto más sensible para ellos pueden reaccionar mejor. Probablemente, reaccionará pero no implica que vaya a estudiar más y además, no es positivo eliminar buenos hábitos, como puede ser la práctica de un deporte, para corregir otros que no son tan buenos. Si no estudia deberá estudiar.
Además, no nos interesa sólo que reaccionen en el momento sino que esa reacción sea duradera y que siempre se comporten del modo que esperamos o les estamos enseñando. Si les quitamos aquello que realmente les gusta, lo único que lograremos es desmotivarles. Por eso funciona mejor el refuerzo positivo, es decir, aprobar todas aquellas conductas que nosotros consideremos positivas, elogiarle por ello y por el esfuerzo que le ha podido suponer. Aprenderán así qué es lo que nos gusta de ellos, cómo tienen que actuar y se sentirán apreciados y valorados por nosotros.
Educar en positivo implica cambiar nuestra mentalidad, y en lugar de comportarnos como jueces constantemente juzgando las conductas negativas y aplicando castigos, deberemos esforzarnos por observar todo lo que hacen bien y elogiárselo. Aquellos niños que están acostumbrados a estar castigados constantemente, con este otro estilo educativo, se pueden ver sorprendidos porque, en muchos casos, implica ignorar su conducta negativa y sólo reforzar las positivas. Podremos observar pronto cómo les gustará ese reconocimiento y causará efectos muy positivos en su comportamiento.
Esta metodología, que se utiliza tanto en los hogares como en las aulas, tiene, realmente, efectos muy positivos. Sólo es cuestión de olvidarnos del castigo y centrarnos en el elogio. Esto no implica que en algunas ocasiones el castigo pueda ser necesario, pero utilizándolo de manera adecuada y de forma puntual.
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